miércoles, 15 de octubre de 2008

Una visión apocalíptica de los medios de comunicación social. Por Laura

Apocalíptico y contradictorio son, quizá, los mejores términos para definir el documento visual al que nos referimos.
Apocalíptica, así es la visión que se nos ofrece sobre los mass media y la sociedad en la que articulan. Contradictorio, porque paradójicamente esta visión está en boca de un telepredicador que emplea dichos medios para llegar a sus seguidores.
Ahora bien, ¿está realmente justificado este fatalismo? Personalmente, opino que cualquier extremismo resulta improductivo y que la solución quizá se encuentre, como en tantas otras ocasiones, en el equilibrio aristotélico.
Aristóteles veía el mundo en términos de equilibrio entre excesos y deficiencias: austeridad es la media entre el derroche y la mezquindad.
Está claro que un exceso en el uso de la televisión conlleva pésimas consecuencias: desconexión de la realidad, fácil manipulación psicológica de las masas, desaparición del espíritu crítico que lleva a la aceptación de determinados paradigmas sociales... y, en general, un empobrecimiento cultural de la sociedad.

Sin embargo, tenemos que tener en cuenta, que esta observación se puede generalizar a cualquier ámbito de la vida. A pesar de recurrir a un ejemplo típico, es evidente que una alimentación abusivamente sana puede conducir a un trastorno de conducta alimentaria, como lo es la ortorexia. Con todo ello, quiero decir que una utilización lógica, razonable y crítica de una herramienta como lo es la televisión puede ofrecernos una gran cantidad de recursos y de posibilidades.

La cuestión no es poner grito en el cielo por el hecho de que las generaciones actuales se encuentran absorbidas por una gran caja de imágenes, si no que la importancia reside en el conocimiento de cómo, cuándo y quién debe emplear dicho instrumento. Pero, ¿qués es más sencillo: asumir una culpa propia o delegar una responsabilidad a una tercera persona? Sin duda alguna la segunda opción ha sido escogida por el ser humano desde el inicio de su existencia. Una vez más nos encontramos ante la misma situación. Las generaciones más veteranas ofrecen sus arduas quejas acerca de la ausencia de valores actual, sin pararse si quiera a pensar en qué quizá son ellas las encargadas de trasmitir esta serie de principios. ¿Tiene entonces el medio en sí la culpa de aquello que trasmite, o más bien la causa de la situación reside en la falta de educación y formación crítica de las nuevas generaciones? ¿Es primordial saber elegir o es válido que nos hayan elegido lo políticamente correcto? ¿Debemos concebir la televisión como una versión moderna de la Biblia?

Por otra parte, y teniendo en cuenta que toda radicalización es infructuosa, se comprende que del uso ponderado de la televisión podemos obtener grandes benificios. Beneficios como el acceso directo de las masas a la información, la posibilidad de su uso como recurso didáctico o, incluso, como una simple opción de ocio, alternativa que no debe considerarse negativa de por sí.

En conclusión, no podemos olvidarnos de la magnitud del poder que alcanza la televisión y de la potente influencia que ejerce sobre la sociedad. Y ¿qué mejor ejemplo que el propio video en el que se nos convece mediante la televisión de su propio poder destructivo?

Laura Serrano



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